miércoles, 2 de abril de 2008

Estoria: Día 5.5

Parecía un milagro, pero en tan sólo tres días Norton había devuelto la esperanza a su pueblo. La aflicción se había convertido en ira, y ésta a su vez en venganza, en ganas de hacer sentir al hombre que allí los había confinado lo mismo que ellos y sus familias habían sentido.
Se corrió rápidamente la voz de que existía un hombre que conocía la forma de dar la vuelta a su situación, que les podía devolver la libertad, y nadie dudó un instante a sumarse a la causa. Norton había reunido para su causa a un ejército de más de veinte mil personas, prácticamente la totalidad de la Zona Pobre, exceptuando niños, enfermos y ancianos. Ahora sólo quedaba trazar un plan, o más bien exponer el plan que tenía trazado desde que llegó a aquel lugar.
Era media mañana, y toda la población de los Desamparados estaba pendiente de lo que su nuevo líder tenía que decirles.
-Amigos, todos estamos hartos de sufrir las injusticias dictatoriales de Masid. Hemos caído todos presos de sus caprichos y su despotismo, siendo enviados al mismo Averno –el discurso de Norton tenía en vilo a toda su gente, no se oía más que su voz, parecía que incluso el viento hubiese parado por un momento para oír lo que este hombre tenía que decir-. Pero su reinado de arrogancia ha concluido; hoy nace un nuevo gobierno, construido desde los cimientos del dolor y el sufrimiento, pero que devolverá la paz y la igualdad a estas tierras. Ya nunca más tendremos que estar temerosos de las atrocidades de un déspota asesino, podremos volver a confiar en la justicia –en este momento, Norton hizo una pausa, que fue seguida por un gran clamor y una fuerte ovación; estaba claro que esta gente le seguiría al fin del mundo si hiciese falta.
-Debemos actuar, destruir las cadenas que nos tienen atenazan; derrocar a quienes nos han tenido presos; y acabar con ellos hasta que no quede ni uno solo que no haya purgado sus pecados –un último estruendo de júbilo y cientos de vítores pusieron fin al discurso. El corazón de toda esa gente estaba ya rebosante de esperanza, de una esperanza que no se haría realidad hasta no haber llevado a cabo una rebelión. Una rebelión que tardaría muy pronto en comenzar. Sólo había una persona que parecía indiferente al discurso de Norton; un hombre había permanecido sentado y con la cabeza gacha durante todo el tiempo. Norton le conocía de vista, había sido vicepresidente de Rashin, la compañía de Masid, hasta que éste le expulsó por no acordarse de colocar flores frescas en su despacho. La historia de este hombre se hizo famosa en toda Lijón, pues fue la prueba palpable de hasta dónde podía llegar el despotismo de Masid. Desde entonces Devin, que así se llamaba el hombre, había deambulado por la Zona de los Desamparados sin hablar con nadie, y parecía sumido en un continuo sonambulismo del que había perdido ya toda esperanza de despertar.

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